¿Siempre hay que perdonar? ¿Por qué perdonar a alguien que no merece recibir perdón? ¿Hay que perdonar?
El perdón es algo que se debe ofrecer libre y voluntariamente, pero perdonar no sólo le hace bien a quien recibe el perdón, el perdón es especialmente bueno para quien es capaz de dejar atrás los rencores del pasado…
Hace unos días escuchaba a alguien hablar acerca del perdón, según su opinión, no hay porqué perdonar a todas las personas que nos lastiman, ya que ello sólo representa una carga moral que nuestra sociedad nos ha autoimpuesto. Que esa necesidad de perdonar nos “lava el cerebro” y que, nosotras mismas, como dueñas de nuestros sentimientos, debemos ser libres de perdonar o no.
Y es cierto, somos dueñas de nuestros sentimientos, por ende tenemos la capacidad de decidir con qué queremos quedarnos y con qué no. Lo que debemos preguntarnos es si nuestro corazón merece vivir oscurecido por el desgastante veneno del rencor, o podemos sanar nuestras heridas de una forma en que el tiempo nos ayude a madurar y crecer en la morada de la paz. No se trata de que seamos hippies trasnochadas y vivamos deseando paz y amor. Hay cosas que al marchitarse jamás vuelven a florecer, hay cosas que se rompen y jamás podremos, hay cosas que, por nuestro bienestar, es mejor dejarlas en el pasado…
Tenemos el deber con nosotras mismas de permitirnos ser felices, pero lo más seguro es que no lo logremos si aún los sentimientos de tristeza, decepción, rencor y rabia perduran en nuestra alma.
Hay una razón básica para perdonar:
“el sentirme bien y vivir bien”. Si lo reflexionas por un momento, el acto de perdonar no se basa tanto en quitarle un peso de encima a quien nos lastima, porque ellas, sea como sea, seguirán viviendo o mal viviendo, su mundo no se acaba ahí. Más bien, el perdón es un acto que nos beneficia directamente a nosotras mismas, las que perdonamos: ya no tenemos rencores que llenen de obstáculos nuestro sendero, tenemos un corazón inmenso en donde sobra el amor y la sensatez y, como valor agregado, hemos empezado a manifestar que en nosotras hay un pedacito de ese don que en muchas escasea: sabiduría.
Y esa sabiduría es la que nos posibilita otorgar –y otorgarnos- un perdón sincero, no un perdón en apariencias como suele suceder. Entonces, nos encontramos con personas que dicen “perdonar” de un día para otro, pero sus intensiones son simplemente las de usar al perdón como una herramienta de superioridad: “yo soy mejor que tú, por eso es que te perdono”, pero en realidad, estas personas no sólo intentan hacerle daño a quienes fueron sus agresores, esperando el momento perfecto para vengarse o clavar la puñalada traicionera, también intentan hacerse daño a sí mismas asumiendo una posición de víctima en la que es “legítimo” el deseo de vengarse.
Pero esta no es la esencia del perdón… Perdonar es una experiencia tan sublime que lejos está de acercarse a los linderos de las apariencias, la traición, los moralismos o la venganza. El perdón suele adornarse de la tranquilidad del tiempo y de un corazón sosegado por la esperanza y la fe. Podemos perdonar desde la distancia e incluso podemos hacerlo sin que el o la otra se entere de ello.
La decisión está en nosotras, total, somos dueñas de nuestros sentimientos, podemos elegir quedarnos en el árido desierto de las desventuras o crear nuestro propio oasis de sabiduría y amor, en el que seguro no extrañaremos el dolor que nos ocasionó alguien que decía amarnos.
Lluvia.
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